Por: Pablo Veloso
¿El titulo de este ensayo suena tonto?, ¿Parece una frase
sin sentido?, bueno, en realidad lo es, pero es el juego que todos jugamos a
diestra y siniestra. Te voy a contar como se juega, por si no lo has
descubierto ya, en lo que va de tu vida.
Primero debes asumir un supuesto filosófico básico, que
consiste en pensar, en convencerte, de que eres un ente separado del resto del
Universo. ¿Cómo lo logras?, no te preocupes, la educación que has recibido lo
ha hecho por ti. Por ejemplo, nuestra formación religiosa nos enseña que somos
“cosas”, un algo “creado” por un gran Padre Celestial “Ex Nihilo”, es decir, de
la nada.
La idea seria mas o menos así: Existe un ser supremo que
existe desde siempre en un lugar que no es un lugar, de lo contrario implicaría
algo diferente a él. Desde ese lugar (que no es un lugar), y en ese momento
(que no existe todavía porque este Ser no ha creado el tiempo aún), crea todo
lo que existe, pero como lo único que existe es Él mismo, al crearlo de sí
mismo, todo lo existente a partir de ese momento, sería Él también. Hasta aquí
es puro sentido común, pero…si todo lo creado es Él mismo, entonces…todo lo existente
es ese mismísimo Ser.
Bien, pero hay un problema, a saber, si todo es lo mismo, y
todo vale lo mismo, el juego del vivir pierde gracia. Poniéndolo de otra forma,
si me doy cuenta de que mi contrincante en un determinado juego, aquel
contrincante que siento tan diferente a mí, y que por eso puedo detestar,
ironizar, interiorizar, denigrar, competir con él, es en realidad yo mismo,
tanto como mi brazo o mi nariz lo son, entonces pierdo por completo las ganas
de continuar el juego, ya que sería, a partir de allí, como comenzar una ruda
competencia entre nuestra mano derecha y nuestra mano izquierda, lo que
surgiría en nosotros sería la desagradable sensación de fondo de que “algo”
anda mal, de que “sabemos” en nuestro fuero mas íntimo que las dos manos “son”
nosotros, y perderíamos rápidamente el interés en “vencer”, en “ganar”,
sentimiento que sólo puede surgir cuando nos autoconvencemos de que el
contrincante es verdaderamente un “otro”, un “alguien” que no nos pertenece ni
nos conforma, y que tiene la extraña
habilidad de reaccionar de formas que no tenemos manera de prever, de
anticipar, y que por esa misma razón, nos fascina y nos entusiasma.
Asique la teología cristiana decidió explicar que la
creación que ese gran Ser había llevado a cabo era “Ex Nihilo”, o sea, “de la
nada”. Imaginemos un pintor que, cada vez que moja su brocha para dar una
pincelada, lo hace en un cubo inexistente, con una pintura invisible, que, al
dar la pincelada se vuelve automáticamente visible y existente, y, si le preguntamos
de dónde ha sacada la pintura que esta usando, nos respondería que de ninguna
parte. Seguramente enviaríamos a ese pintor a un psiquiátrico para que lo
ingresen por sospecha de locura, o bien lo llevaríamos a los escenarios de
algún teatro, ya que consideraríamos que alguien así es un magnífico mago.
Bueno ése es el supuesto filosófico sobre el que descansa todo nuestro
funcionar en la vida, el de creer que todas las cosas son “cosas”, y, por lo
tanto, deben luchar por conseguir su lugar en el mundo. Esto explica el
persistente sentimiento de insatisfacción que esta siempre presente en nosotros
hagamos lo que hagamos, ya sea que escalemos el Everest, o que practiquemos
durante años las más tortuosas formas de meditación, respiración o Yoga.
Así estamos, de lo más divertidos, jugando éste juego que
ocupa toda nuestra atención, que podríamos denominar también “el próximo será
mejor”. La mayoría de los males de nuestro tiempo, como el estrés, la
depresión, la insatisfacción, la angustia, la impotencia, y tantos otros,
derivan básicamente de la sensación persistente de que tenemos que alcanzar
algún estado especial llamado iluminación, despertar, paraíso, santidad,
perfección, etc…Da igual que seamos adherentes a alguna de las tantas
religiones del mundo, como si somos perfectamente ateos, siempre se cuelga
frente a nosotros alguna zanahoria, algún estimulo, o motivación que nos hace
seguir buscando, seguir levantándonos otro día mas, en la dulce (y a veces
dolorosa) espera y confianza de que hoy será nuestro día, de que hoy regresa el
redentor, de que hoy me amará esa cierta persona de la que mi felicidad
depende, de que hoy me reconocerán los sacrificios realizados por mi empresa,
dándome el merecido ascenso.
De esta forma jugamos al juego de “ganar siempre, sin perder
nunca”, pero, volvamos al enfrentamiento pugilístico entre nuestras dos manos,
gane la que gane, nos sentiremos un tanto mal, ya que todavía persistirá la
sensación desagradable de que la mano perdedora también es nuestra, por lo que
el triúnfo no podrá ser total. Pero aquí es donde surge un pasmoso
descubrimiento: hay dos vías posibles en el vivir entonces…o nos
autoconvencemos aún más de que somos un “alguien”, diferente por completo de el
“otro”, matando más infieles, herejes y brujas, trazando fronteras mas
radicales y exclusivas, con el fin de “olvidar” al máximo posible que el “otro”
también es “yo”, o bien caemos en la más completa apatía, el desgano mas grande
que podamos concebir, al saber que no se puede “ganar siempre y no perder
nunca”, lo que nos llevaría presumiblemente a la muerte en vida o a la muerte
definitiva, ya que no tendríamos motivación ni para levantarnos por la mañana,
ni para comer o trabajar, ya que todo sería lo mismo, todo daría igual, como
una gran bola de alimentos mezclados, sin ninguna clase de condimento que les
agregue sabor alguno, ni forma de diferenciarlos ni disfrutarlos, ya que tal
mezcla haría imposible reconocerlos, y, sus sabores se anularían mutuamente.
Este último es el caso de tantas personas que practican lo que llaman
“desapego”, el cual no es más que un intento por “no sentir”, no estar vivos.
Se parecen a rocas vivientes, nada les afecta, nada los conmueve. Esto les
otorga un sentido de autodominio, autosuficiencia, y, porque no, de omnipotencia.
Pero son incapaces de sentir alegría o dolor, placer, o desagrado, en suma,
vemos que esos modelos de héroes que nos imponemos, desde Rambo hasta la Madre
Teresa, pasando por el Buda famélico que se sienta en meditación, inmóvil,
buscando la iluminación o la muerte, son todos modelos en los cuales toda
humanidad, toda capacidad de juego se ha anulado, ya no sufren, pero ya no
disfrutan tampoco, y, cabe preguntarse ¿vale la pena vivir así?, o mejor
todavía ¿está realmente vivo alguien así?.
Pero examinando este tema más a fondo, descubrimos algo
sumamente interesante, esto es, el juego no tenía nada de erróneo ni de
macabro, el juego es el entretenimiento divino, es la sal de la vida. Todos los
grandes místicos de todas la grandes religiones del mundo lo han visto así, es
como ver entretelones en una obra teatral trágica, y darse cuenta de que el
actor que hacía de malvado y el que hacía de héroe son amigos y estan charlando
afectuosamente mientras disfrutan de una taza de té. ¿Qué sucedería entonces?, ¿perdería
la gracia la obra por tal descubrimiento?, en absoluto, sólo perdería esa
morbosidad excesiva que hace que los contrincantes se destrocen, que nos
fanaticemos hasta la violencia con excesos como el nacionalismo, el racismo, el
capitalismo, o comunismo, o cristianismo o budismo, buscando la destrucción
total de ese “otro” grupo diferente a nosotros en todo. Jugaríamos un juego,
pero mas conciente del verdadero origen de él, de lo que ocurre tras
bambalinas. Obviamente, los fanáticos nos llamaran “tibios”, y los apáticos nos
llamarán “fanáticos moderados”, pero la vida es juego, y el juego no puede
detenerse, pero hay un gozo y una paz infinitos en seguir jugando, disfrutando
del “drama divino”, pero sin tomarlo totalmente en serio. Las emociones seguirán
allí, a veces alegría, a veces dolor, las opiniones también lo harán, pero con
una especie de segunda naturaleza, que sabe lo que ocurre pero sin saberlo
demasiado. Decía Ramakrishna Paramahansa, un santo hindú, que los Bául, una
secta religiosa del hinduismo, dice que hay que huír de las personas que
“huelen” a Krishna, lo cual es similar a decir que alguien puede “oler” a
Cristo, a Buda, a Feminista o Machista, a Rojo o a Capitalista, ya que esa
gente, tanto como su polo opuesto, los “apáticos” son fanáticos en su
extremismo.
Por eso, juega como si fuera muy importante el juego, pero
no te lo creas, tal como la niñera o sirvienta de una opulenta mansión
victoriana, que cuida diariamente de los niños de la casa como si fueran sus
propios hijos, pero que sabe, que el día en que la despidan, o decida irse,
esos “hijos”, no lo serán más, ya que nunca lo han sido, pero mientras
permanece en la casa, pone todo su corazón en ello, como si fuera más verdadera
de las madres.
O sino, esfuérzate por conquistar tus metas, por conseguir
dominar tu mente, tus emociones, tu cuerpo, tus reacciones, y, si eres mas
voluntarioso, las de los otros también, y diviértete intentándolo, fallando, y
volviendo a probar, y así serás la proeza mas grande de la Vida misma, el arte
de olvidarse de la Unidad subyacente y dormir el sueño de la individualidad
buscadora y sufriente, para dar origen así al más majestuoso juego de realidad
simulada que jamás se haya visto, el de tu propia vida como persona. Y,
mientras tanto, los despiertos atestiguarán todos tus esfuerzos y aplaudirán
enfervorizadamente gritando: Bravo!!!!, Otra!!!, Bravo!!!
Pablo Veloso
No hay comentarios:
Publicar un comentario